Café Secreto
17.03.10
Había estado hablando con alguien durante toda la noche sobre
sexistencialismo. Al día siguiente desperté con un fuerte dolor de
cabeza doble A (Aries-Aries) y fuí tambaleándome por las insinuantes
calles de Poble Nou-Detroit en busca de una taza de café en la que
tal vez podría leer alguna clave perdida de mi destino…
Encontré abierto el bar «Mar y Terra», ubicado en una esquina curvilínea
de la Edad de Oro. Desde el umbral de la puerta, y tras pronunciar la
fórmula mágica: «Un café, por favor», tuve la deslumbrante idea de que no
existe una palabra más bella que «ceniza» (En cualquier idioma) e inme-
diatamente después advertí que sólo se trataba de una inconsciente expresión
de la resaca existencial que se aproximaba a su climax. En cuanto a la ceniza,
es verdad que se había convertido en mi ideal linguístico-semántico, tal vez
por la sencilla razón de que me gusta fumar 32 cigarrillos por semana, sin
incluír los fines de semana, cuando el humo proviene desde donde menos
lo esperas, configurando anillos de niebla, densidad, y alianzas perturbadoras.
Encendí un Gitanes.
Mientras esperaba el café, con un pie adentro y otro afuera del bar (No porque
me guste hacer logaritmos gimnásticos cuando fumo, sino a causa de las in-
fames leyes anti-tabaco) sentí que mis partículas elementales estaban impa-
cientes por enviarme un mensaje, que sin embargo, no logré escuchar a causa
de los ruidos de los automóviles y sus escapes.
Desde el más allá, Sigur Ros ( ) Sigur 6 (untitled) por un eterno instante.
Perdí el mensaje. Al observar que la camarera me llamaba desde el otro lado
del espejo, entré de nuevo en el bar sin sospechar que un fenómeno Poltergiest
estaba a punto de materializarse de un modo tan violento y radical, que parecía
desafiar todas las percepciones habituales de los que estábamos presentes, y
que más tarde, testimonios de testigos colaterales, y reconocidos activistas
ad hoc reconocerían ante los medios de información.
Mi café con leche en vaso de cristal saltó por los aires en el mismo
momento en que la camarera se acercaba para dejarlo sobre la mesa.
Un fuerte olor a cafeína, platos rotos, servilletas blancas en posición
pre-tsunami, cucharas volando en círculos paracéntricos, botellas de
cerveza abiertas inundando por completo los 72 metros cuadrados del
local, la televisión sin señal (sin embargo, la antena emitiendo extra-
nos sonidos) probablemente procedentes de fantasmas del siglo XIX,
que al pasar por ahí, sin intenciones verdaderamente reales de filtrarse
en el ocaso de un Domingo tan cotidiano como tantos otros, y beber
un café en un lugar sin ningún atractivo a simple vista, habían decidido
participar en un „fin de semana fantasmal“, intentando adaptarse al
horror que les provocaba lo desconocido.
Recuerdo que escuché a uno de ellos decir que nunca antes había pasa-
do de los 70’s. No he podido evitar pensar durante años en cuál sería el
significado de aquélla frase, si se refería a que en otras vidas no había
nunca llegado a vivir más allá de los 70 años, o si lo que había querido
decir era que nunca habría deseado ir más allá de los 70’s, es decir, de
la década de los 70’s (Siglo XX) con lo cual yo habría estado muy de
acuerdo, y es más que probable que habríamos compartido inumerables
aspectos mítico-psicodélicos, además de largas conversaciones a la luz
de las velas, summertime.
II
Salí del bar con un cofee to go aún humeante, denso, amargo. La
espuma de plasma en perfecto equilibrio electromagnético. Orbital.
Aroma del mar. En mi reloj de pulsera Dior: 8:56 p.m. hora de
México. Guten Abend.
Hoy es Viernes, los bares y cafés permanecerán abiertos una hora más
que en su horario habitual, según la posición que ocupen en relación
al meridiano de Greenwich, recientemente actualizado, desafiando el
„Nuevo Orden“ y el controvertido „Derecho al Olvido“.
Fuí hacia la única mesa de la terraza que quedaba libre con el coffee
to go en llamas, y con uno de esos libros que siempre había querido
leer, pero que por alguna razón, había dejado escapar una y otra vez.
Afortunadamente, ahora lo había encontrado entre los periódicos y
las revistas del bar. Cuántos coffees to go tendría que beber antes de
llegar a la mitad del libro? En caso de que mi perfil romántico-sanguí-
neo no provocara una explosión arterial fuera de control? De con-texto?
Decidí comenzar por la página 358.
Después de intensos minutos de lectura, seguí el camino hacia la Esta-
ción de Francia. Al llegar a la puerta de Entrada, un fuerte viento de una
intensidad luminosa y versátil dió paso a las sombras que seguían velan-
do por la continuidad de los enigmas mágicos, dejando ráfagas de color
azúl oscuro y relieves ultramarinos en todo lo que a su rastro, la eternidad
dejaba escapar.